Martín,
en medio del frío, siente en sus carnes un calor sofocante, un calor
que casi no le deja
respirar,
un calor húmedo e incluso quizás amable, un calor unido por mil
hilitos invisibles a
otros
calores llenos de ternura, rebosantes de dulces recuerdos.
⎯Mi
madre, mi madre, son los vahos de eucaliptus, los vahos de
eucaliptus, haz más vahos de
eucaliptus,
no seas así...
A
Martín le duele la frente, le da unos latidos rigurosamente
acompasados, secos, fatales.
⎯¡Ay!
Dos
pasos.
⎯¡Ay!
Dos
pasos.
⎯¡Ay!
Dos
pasos.
Martín
se lleva la mano a la frente. Está sudando como un becerro, como un
gladiador en el
circo,
como un cerdo en la matanza.
⎯¡Ay!
Dos
pasos más.
Martín
empieza a pensar muy de prisa.
⎯¿De
qué tengo yo miedo? ¡Je, je! ¿De qué tengo yo miedo? ¿De qué,
de qué? Tenía un
diente
de oro. ¡Je, je! ¿De qué, de qué? A mí me haría bien un diente
de oro. ¡Qué lucido! ¡Je,
je!
¡Yo no me meto en nada! ¡En nada! ¿Qué me pueden hacer a mí si
yo no me meto en
nada?
¡Je, je! ¡Qué tío! ¡Vaya un diente de oro! ¿Por qué tengo yo
miedo? ¡No gana uno para
sustos!
¡Je, je! De repente, ¡zas!, ¡un diente de oro! "¡Alto! ¡Los
papeles!" Yo no tengo
papeles.
¡Je, je! Tampoco tengo un diente de oro. ¡Je, je! En este país, a
los escritores no nos
conoce
ni Dios. Paco, ¡ay, si Paco tuviera un diente de oro! ¡Je, je! "Sí,
colabora, colabora, no
seas
bobo, ya darás cuenta, ya..." ¡Qué risa! ¡Je, je! ¡Esto es
para volverse uno loco! ¡Éste es
un
mundo de locos! ¡De locos de atar! ¡De locos peligrosos! ¡Je, je!
A mi hermana le hacía
falta
un diente de oro. Si tuviera dinero, mañana le regalaba un diente de
oro a mi hermana.
¡Je,
je! Ni Isabel la Católica, ni la Vicesecretaría, ni la permanencia
espiritual de nadie. ¿Está
claro?
¡Lo que yo quiero es comer! ¡Comer! ¿Es que hablo en latín? ¡Je,
je! ¿O en chino?
Oiga,
póngame aquí un diente de oro. Todo el mundo lo entiende. ¡Je, je!
Todo el mundo.
¡Comer!
¿Eh? ¡Comer! ¡Y quiero comprarme una cajetilla entera y no fumarme
las colillas
del
bestia! ¿Eh? ¡Este mundo es una mierda! ¡Aquí todo Dios anda a lo
suyo! ¿Eh? ¡Todos!
¡Los
que más gritan, se callan en cuanto les dan mil pesetas al mes! O un
diente de oro. ¡Je,
je!
¡Y los que andamos por ahí tirados y malcomidos, a dar la cara y a
pringar la marrana!
¡Muy
bien! ¡Pero que muy bien! Lo que dan ganas es de mandar todo al
cuerno, ¡qué coño!
Martín
escupe con fuerza y se para, el cuerpo apoyado contra la gris pared
de una casa. Nada
ve
claro y hay momentos en los que no sabe si está vivo o muerto.
Martín está rendido.
Martín está rendido.