sábado, 22 de junio de 2019

"Dulces mentiras": la verdadera revelación del arte a escena.

Zaragoza, 20 de junio 2019. A Gabriel Sánchez.

"El teatro es la poesía que se levanta del libro y se hace humana. Y al hacerse humana, habla y grita, llora y se desespera. El teatro necesita que los personajes que aparezcan en la escena lleven un traje de poesía".   


Velada teatral en el Teatro de la Estación. Hacía tantos años desde mi última visita (recuerdo con especial cariño cuando con nuestro grupo escolar de teatro de 1996 asistimos a la puesta en escena de La venganza de Don Mendo)... Esta vez la ocasión era aún más emocionante. Dulces mentiras, versión del texto Usted tiene ojos de mujer fatal de Jardiel Poncela, interpretada por los alumnos de la Escuela del teatro. El papel protagonista de Sergio Hernán, un dandi seductor aparentemente incorregible, tenía los ojos de Gabriel. Conocí su  mirada atenta y llena de inquietud literaria en el aula aquel curso 2016-2017. El objeto de su mirada entonces eran los espléndidos detalles que captaba de modo magistral tras su cámara fotográfica. Esta tarde han sido mis ojos los que, contemplándolo sobre la escena, rescataban imágenes grabadas ese 4º de ESO hablando precisamente de dandis y mujeres fatales y, por su puesto, de Lorca y del teatro como literatura (o poesía) hecha humana.
Después de la emoción de ver la espléndida actuación y del abrazo del reencuentro tras dos años no podía contener el interés por conocer qué le provocó la revelación del arte de la escena. Quería reseñar sus palabras, pero no me resisto a transcribirlas casi literalmente: "Siempre había estado detrás de una cámara y nunca delante del público... pero me ayudaste a entender la literatura como arte, a verla como una catedral o un cuadro, a ver a un escritor como un arquitecto. El teatro no es solo la historia que un artista escribió, es la historia que no se escribe y que está detrás del guion (el teatro es la literatura que se vive)".
No hubiese sabido explicarlo mejor... Hoy el teatro, a través de los ojos de Gabriel, me ha enseñado a mí una lección esencial: la vida dedicada a la enseñanza de la literatura tiene el sentido de lo sublime, de lo que impacta y emociona de modo conmovedor (a pesar del cierto trasfondo frustrante o incluso trágico en ocasiones). La literatura, hecha ojos, miradas, corazón y sangre que nos impulsa a seguir adelante con la ilusión y la llamada de esa voz hermosa y cadencial que se proyecta esta tarde desde el escenario y que porta la revelación de que la vida son sueños, arte y, en fin, literatura.