martes, 5 de junio de 2018

Monólogo interior: el "soterrado fluir de una conciencia"

La colmena, Camilo José Cela.

Martín, en medio del frío, siente en sus carnes un calor sofocante, un calor que casi no le deja
respirar, un calor húmedo e incluso quizás amable, un calor unido por mil hilitos invisibles a
otros calores llenos de ternura, rebosantes de dulces recuerdos.
Mi madre, mi madre, son los vahos de eucaliptus, los vahos de eucaliptus, haz más vahos de
eucaliptus, no seas así...
A Martín le duele la frente, le da unos latidos rigurosamente acompasados, secos, fatales.
¡Ay!
Dos pasos.
¡Ay!
Dos pasos.
¡Ay!
Dos pasos.
Martín se lleva la mano a la frente. Está sudando como un becerro, como un gladiador en el
circo, como un cerdo en la matanza.
¡Ay!
Dos pasos más.
Martín empieza a pensar muy de prisa.
¿De qué tengo yo miedo? ¡Je, je! ¿De qué tengo yo miedo? ¿De qué, de qué? Tenía un
diente de oro. ¡Je, je! ¿De qué, de qué? A mí me haría bien un diente de oro. ¡Qué lucido! ¡Je,
je! ¡Yo no me meto en nada! ¡En nada! ¿Qué me pueden hacer a mí si yo no me meto en
nada? ¡Je, je! ¡Qué tío! ¡Vaya un diente de oro! ¿Por qué tengo yo miedo? ¡No gana uno para
sustos! ¡Je, je! De repente, ¡zas!, ¡un diente de oro! "¡Alto! ¡Los papeles!" Yo no tengo
papeles. ¡Je, je! Tampoco tengo un diente de oro. ¡Je, je! En este país, a los escritores no nos
conoce ni Dios. Paco, ¡ay, si Paco tuviera un diente de oro! ¡Je, je! "Sí, colabora, colabora, no
seas bobo, ya darás cuenta, ya..." ¡Qué risa! ¡Je, je! ¡Esto es para volverse uno loco! ¡Éste es
un mundo de locos! ¡De locos de atar! ¡De locos peligrosos! ¡Je, je! A mi hermana le hacía
falta un diente de oro. Si tuviera dinero, mañana le regalaba un diente de oro a mi hermana.
¡Je, je! Ni Isabel la Católica, ni la Vicesecretaría, ni la permanencia espiritual de nadie. ¿Está
claro? ¡Lo que yo quiero es comer! ¡Comer! ¿Es que hablo en latín? ¡Je, je! ¿O en chino?
Oiga, póngame aquí un diente de oro. Todo el mundo lo entiende. ¡Je, je! Todo el mundo.
¡Comer! ¿Eh? ¡Comer! ¡Y quiero comprarme una cajetilla entera y no fumarme las colillas
del bestia! ¿Eh? ¡Este mundo es una mierda! ¡Aquí todo Dios anda a lo suyo! ¿Eh? ¡Todos!
¡Los que más gritan, se callan en cuanto les dan mil pesetas al mes! O un diente de oro. ¡Je,
je! ¡Y los que andamos por ahí tirados y malcomidos, a dar la cara y a pringar la marrana!
¡Muy bien! ¡Pero que muy bien! Lo que dan ganas es de mandar todo al cuerno, ¡qué coño!
Martín escupe con fuerza y se para, el cuerpo apoyado contra la gris pared de una casa. Nada
ve claro y hay momentos en los que no sabe si está vivo o muerto.
Martín está rendido.